Si nos encanta la idea de ponerle un nombre original a nuestro bebé, lo mejor es anticiparnos a lo que puede llegar a suceder:
- Cuando no se escribe como se pronuncia
Hay algunos nombres “raros”, o no tan raros, que se escriben de una manera y se pronuncian de otra, dependiendo el idioma o el país donde se los utilice. Como por ejemplo, Joel, Joan, , Brian, Giuliana ,etc.
En estos casos, tenemos que estar preparadas para deletrearlo una y otra vez desde que nuestro bebé nace, incluso, a los familiares más cercanos. En un futuro, le tocará a nuestro hijo deletrearlo cuando se presente en la escuela, ante desconocidos, explicarlo en las redes sociales, etc.
- Repetir y repetir
Sí, un nombre raro requiere repetición (y oídos sordos a las quejas). En algún momento nuestros conocidos se acostumbrarán a escucharlo y finalmente lo pronunciarán bien, o no, pero eso ya no está en nuestras manos.
- ¿Es un apodo?
Lola, Sol, Leo, Vito, son algunos de los tantos nombres que pueden pasar como apodos o diminutivos. En estos casos tal vez también necesitemos aclarar que es ese nombre y nada más, que no, que no es un apodo, que no se llama Soledad, ni Leonardo, ni Dolores…
- Cuando se lo confunden con otro
Cuando se trata de un nombre que es muy parecido a otro, más clásico, es normal que la gente se confunda y tener que aclararlo una y otra vez. Los “Demián”, por ejemplo, estarán cansados de explicar que no se llaman Damián, o las “Agostina” que no se llaman “Agustina”.
Hay padres que piensan un segundo nombre para evitarles dolores de cabeza a sus hijos, aunque no hay ninguna garantía de que el segundo les guste más! De todas maneras, hasta los nombres más comunes muchas veces son fuente de confusiones.
- Opiniones y más opiniones
Los nombres raros suelen ser blanco de opiniones no solicitadas. Tanto es así que debemos estar preparadas para chocarnos con frases del tipo: “Ay, ¿y por qué le pusiste ese nombre?” “Cuando sea grande se van a burlar” “Pobrecito” “¿No tiene un segundo nombre para elegir?”…
Hay padres (o hijos) que ante alguna de estas dificultades eligen cambiar de nombre, incluso en el DNI. En este caso, conviene averiguar qué determina la legislación. Hay países donde es más sencillo que en otros. En la Argentina, por ejemplo, hay que presentar una serie de documentos donde se acredite el uso habitual del nombre que se propone o detalles que expliquen en qué se basa esta petición, pero el trámite es a nivel judicial y puede durar unos años.
En cualquiera de los casos lo que es importante tener en claro es que la elección del nombre de un hijo le corresponde pura y exclusivamente a sus padres. Se trata nada más y nada menos que de darle una identidad a ese bebé por nacer, y, por lo tanto, la decisión final debe estar en mano de los papás, más allá de las opiniones que reciban de su entorno.