Si ir al supermercado con un niño pequeño que toca todo y se lo lleva todo a la boca –o grita desde su cochecito porque no puede alcanzar ese frasco que tanto le llama la atención- es una experiencia complicada y agotadora, con tu hijo de 7 años podrás transformar esta tarea en un juego: él ya puede ayudarte a hacer en casa la lista de compras, puede leerla en el supermercado, buscar los elementos y llevar el carrito. Además, podés pedirle que averigüe qué marca de mermelada es más barata y así se va a divertir mientras practica matemática sin darse cuenta.
En ese momento, también es importante trabajar con los límites, para que sepa que no puede comprar todo lo que quiere: por ejemplo, decirle que puede elegir el postrecito lácteo que quiera y un paquete de galletitas, pero nada más. También es una buena enseñanza permitirle elegir algo porque la vez pasada, cuando se le dijo que no, lo aceptó perfectamente y decirle esto.
Aunque la mayoría de los niños adora a los animales, puede pasar que a esta edad aparezca un miedo repentino a los perros, insectos, etc., sobre todo si han pasado por una situación desagradable con algún perro, gato o bichito. Comprenderlos y tratar de bajar la sensibilidad al respecto es la mejor manera de actuar: retarlos o confirmar sus temores sólo empeorará las cosas. etc. Comprender a tu hijo y tratar de bajar la sensibilidad al respecto es la mejor manera de actuar: retarlo o confirmar su temor sólo empeorará las cosas.
Otros miedos son bastante más reales y son los que le acerca la televisión y las pantallas: asaltos, asesinatos, catástrofes, accidentes y guerras asustan a tu hijo aunque sucedan a miles de kilómetros de distancia porque él no puede reconocer todavía cuál de esas situaciones incide directamente en su vida cotidiana y cuál no. Por eso, hay que ser especialmente cuidadoso con lo que se le permite ver por televisión y en pantallas o, por lo menos, estar sentado a su lado para poder explicar ciertas cosas y ayudarlo a interpretarlas. Con los diarios sucede lo mismo, claro, pero la crudeza de ver estallar una bomba es mucho más fuerte en la pantalla que en una fotografía. En todo caso, hay que controlar el impacto de todos los medios de comunicación en el niño, teniendo en cuenta que no es capaz de procesar correctamente toda la información que recibe y esto puede producirle mucha angustia.
Empezar a comerse las uñas es un hábito nocivo que suele comenzar a esta edad. Y más allá de que resulte desagradable verlo o que sus manos queden desarregladas, hay que explicarle que puede lastimarse, hacerse sangrar y hasta sufrir una infección en los dedos. Decirle esto una vez, con tu hijo sentado tranquilo y prestando atención, es suficiente: no conviene sermonearlo permanentemente al respecto, porque eso sólo va a reforzar el comportamiento. Para ayudarlo a dejar este hábito se le puede proponer usar un esmalte amargo que le recuerde alejar la mano de su boca cada vez que quiera comerse las uñas. Si no acepta, se puede establecer una señal “secreta” –como chasquear los dedos disimuladamente- para que preste atención a lo que está haciendo. También se pueden establecer lugares “prohibidos” para comerse las uñas: por ejemplo, mientras está sentado a la mesa. Es importante comentarle este hábito al pediatra, ya que la mayoría de las veces está relacionado con el estrés y el médico puede hacer alguna sugerencia acerca de cómo ayudar al niño a dejarlo.
Si algún conflicto surgido en la escuela es relatado en casa con angustia y las conversaciones del niño con los padres no son suficientes para resolverlo, lo mejor es pedir una entrevista con la maestra sin demora. Una vez allí, es importante saber que lo que relata tu hijo es “una campana” y que no hay que darle un cien por ciento de crédito. No porque pueda ser “mentira”, sino porque los chicos viven situaciones que se desarrollan a través del lenguaje verbal y no verbal y, al “traducirlas” para contarlas, pueden no ser iguales a las relatadas por el otro participante, que las interpreta de manera diferente.