Madre: “¿Cómo te fue en el colegio?”
Hijo: “Bien”
Madre: “¿Qué hiciste?”
Hijo: “Nada. ¿Hay galletitas?”
Si esta es una conversación típica después del colegio, llegó la hora de preguntarse qué es lo que está interfiriendo en el diálogo con los chicos.
Porque así como muchos adultos necesitan un tiempito para ponerse cómodos al llegar a casa y estar dispuestos a charlar después de un largo día laboral, a los chicos les pasa lo mismo, y si se los atosiga con preguntas ni bien llegan del colegio, lo más seguro es que terminen respondiendo con monosílabos y sin ganas.
Es decir que el problema no es tanto las preguntas en sí sino cómo se formulan y en qué contexto. Los padres pueden empezar a pensar de qué forma se dirigen a los chicos cuando les hablan, cuál es la manera en que se interesan por su vida, si lo demuestran como una especie de supervisión, de control o como un verdadero interés de comunicarse con ellos.
La idea es transformar un interrogatorio en un espacio de comunicación, de intercambio, porque muchas veces los chicos perciben que el interés de los padres pasa por meterse en su vida íntima y no por el genuino deseo de querer saber como están, si necesitan algo o si les preocupa un tema. Es correrse de la charla al pasar, del papel de inspector que controla si su hijo tiene mucho para estudiar, si se "comportó" cuando salió con sus amigos y generar un espacio acorde, en el que ni la televisión, ni el celular, ni la computadora interfieran y donde sea posible mirarse a los ojos y conversar.
Claves para lograr un ámbito que invite a charlar
Si el chico siente que al llegar del colegio o de una salida con amigos tiene que cumplir con el trámite de responder como si rindiera cuentas de lo que hizo o dejó de hacer, es muy difícil que se abra a un diálogo con sus padres.
No hay que olvidar que se le está preguntando sobre su vida, su intimidad, sus vínculos, y que no tiene la obligación de responder a libre demanda, porque a los chicos no les da lo mismo hablar en cualquier momento, contar sus cosas cuando otro se los exige, ellos necesitan encontrar los espacios, y como padres es posible colaborar en su construcción.
Lo mejor entonces es crear un buen momento para entablar el diálogo y recordar que apenas entran a casa no suele ser la mejor opción.
Sabiendo que por lo general llegan del colegio con muchas ganas de comer se puede empezar por ejemplo con una frase como “Debés tener mucho hambre! Vení que te preparo algo y después me contás cómo te fue”. Y respetar sus silencios, porque al presionarlo para que hable no va a tener la capacidad de decir que no quiere hacerlo en ese momento, entonces se va a enojar, se va a frustrar o va a reaccionar no contestando si le siguen insistiendo. Hay que aceptar que como personas tienen la libertad de contar lo que quieran, cuando lo desean y que los padres no van a saberlo todo de ellos porque habrá cosas que, como todo el mundo, se guardarán para su intimidad.
Por otro lado, también hay que estar muy atentos a esos momentos en los que son ellos los que quieren abrir el diálogo, porque -sobre todo en la adolescencia- se hace muy difícil recuperarlos más tarde. Y si justo cuando quieren hablar uno no puede, lo mejor es ofrecerles otra posibilidad que no signifique negarles la charla. Decirles, por ejemplo, “Voy preparando la comida y mientras me contás” “Ayudame con esto mientras conversamos” “Sé que es importante, no quiero que me lo digas al pasar, dame 5 minutos y nos sentamos a charlar” etc. para que sientan que sus padres no le restan interés a eso que quieren contar.
De lo que se trata entonces es de mirarlos, escucharlos, respetar sus tiempos y saber que si en la familia hay un clima de confianza y momentos que invitan a la conversación, ellos en algún momento van a querer charlar y contar qué les pasa.
Asesoró: Lic. Alejandra Libenson, psicóloga y psicopedagoga,
autora del libro Criando hijos, creando personas